Orgulloso de ser una cebra

ORGULLOSO DE SER UNA CEBRA

Empieza aquí algo que no sé si tendrá un final. Y, en caso de tenerlo, no sé cual será ni cuándo llegará. Un final establecido, un final planeado me refiero. Un final aleatorio y desconocido, fijo que si. Todo lo tiene. Todo acaba.

Y, como en todo comienzo, quiero dejar claro que no es un intento de visibilizar la problemática de las cebras. Para eso ya hay muchos y bastante buenos lugares. Hay excelentes profesionales que han hecho suya la causa de demostrar la existencia de esas cebras. Posiblemente porque son conscientes de la oportunidad que desaprovecha la sociedad al no identificar, proteger y cuidar a esos individuos. Y, seguramente porque algo de cebras tienen.

Lástima que sea una lucha que proporciona muy poca satisfacción. Pero es una batalla contra un grupo, la sociedad, cuya percepción se corresponde con la del menos capaz de los individuos. Algo tan obvio como que si dispones de un talento, lo cuidas y alientas, puedes aprovechar su capacidad para crecer y mejorar es negado una y otra vez por una sociedad que condena al que sobresale. Lo señala y lo hunde.

Es la realidad, vivimos en una sociedad que busca igualar por abajo. Para verlo solo hace falta la capacidad de contemplarlo desde fuera. Pero eso no es algo al alcance de cualquiera. La verdad es esta: clavo que sobresale, martillazo que se lleva.

Si has llegado a esta conclusión, seguro que algo de cebra tienes. Y si no piensas de esta manera, dedica unos segundos a reflexionar sobre ello. Si tras una pausa de reflexión no has llegado a esa conclusión, lo siento, vivirás en el error el resto de tu vida. Y lo que es peor, jamás admitirás ese error. Pero tranquilo, como tú, el 80% de los que te rodean. No reconocer que existen personas que son más capaces que tú y pensar que, por ley, todos tenemos que ser iguales, está al nivel de creer que a los bebés los trae la cigüeña. Yo no voy a hacer nada por sacarte de tu error, porque ya sé, por experiencia, que es imposible.

La realidad es que, por pura probabilidad, de cada 100 personas, 80 están muy próximos a la media. 10 están por debajo de la media. Y otras 10 están por encima. Y, si de cada 100, 80 están muy próximos a la media y 10 no llegan, está claro que el criterio general, será el que puedan compartir esas 90 personas. Por mucho que nos empeñemos, eso no va a cambiar. Por eso sé que es una lucha perdida. Loable si, pero inútil. ¿Es el criterio correcto? No. Simplemente es el mayoritario. Cada especie se extingue como quiere, es lo bueno de la libertad. La nuestra ha decidido extinguirse machacando a los individuos que sobresalen y son los más capaces de hacerla avanzar. Para gustos los colores. Luchar contra eso es perder el tiempo. Yo prefiero aprovechar el mío.

Y para aprovechar el tuyo también, vamos centrando el tema. Soy una cebra. Estoy orgulloso de ello. Si has llegado hasta aquí, casi seguro que también lo eres. Y casi seguro que no estás orgulloso de serlo. Porque tu cerebro, como el mío y como el de cualquiera, está programado para un objetivo básico: sobrevivir. Y si eres una cebra y quieres sobrevivir, sabes que lo mejor para ello es pasar desapercibido.

Y, además, padeces de un síndrome del impostor que te acompaña desde muy pequeño. Y es lógico. Todo lo que haces te parece normal. Porque así lo has hecho siempre. Piensas que no hay nada de extraordinario en lo que haces. Porque no sería justo que fueras mucho mejor que los demás en algo. Porque para tí, la igualdad, la libertad y la justicia son cosas muy serias. Están muy arriba en tu escala de valores. Y pensar que estás un escalón por encima produce un cortocircuito en tu cerebro porque choca de frente con tus ideales.

Voy a provocar otro cortocircuito. La falsa modestia es una forma muy refinada de mentir. Mentir está mal, eso lo sabes. No es justo engañar a la gente. No reconocer tu capacidad es mentir. Mentirte a ti mismo. Y mentir a los demás. Y eso no está bien. Si se es bueno en algo, lo mejor es reconocerlo. Te tacharán de soberbio, de prepotente o de fanfarrón. Pero qué más da una etiqueta más cuando ya eres el “rarito”.

Así que vete quitándote el disfraz de caballo dócil y obediente. Y deja que se vean tus rayas. Y si no has leído el libro de Jeanne Siaud-Facchin ¿Demasiado inteligente para ser feliz? pues ya estás tardando. Solo así entenderás qué es una cebra y verás que encajas muy bien en la definición. Y que no hay nada malo en serlo y tomar conciencia de ello. Todo lo contrario. Por fin sabrás dónde encajas. Dejarás de intentar encajar donde no puedes.

 

Los franceses van bastante por delante, seguramente gracias al trabajo y la perseverancia de Facchin. Si buscas un poco verás que tienen expresiones hechas como estas:

«Avoir des rayures de zèbre» (Tener rayas de cebra): Se utiliza para referirse a personas que son diferentes a la mayoría, que no siguen las normas o que tienen ideas poco comunes.

«Être un zèbre» (Ser una cebra): Se utiliza para referirse a personas que son únicas, especiales o que tienen un talento excepcional.

¿Ya vas encajando? bueno, pues voy a acabar porque si no, mi pensamiento arborescente, empezará a hacer de las suyas. Me he fijado 1200 palabras como máximo. Ya van 934, así que va siendo hora de dejarlo para otro día. 

Y qué mejor manera de terminar que definiendo lo que es una cebra. Y la definición por excelencia es la de Facchin. Hasta otro día:

Yo, por tanto, seguiré prefiriendo cebra, como el término que he escogido para referirme a estas personas, para desvincularlo así de denominaciones cargantes. 

La cebra, ese animal diferente, ese équido que el humano no ha sido capaz de domesticar, que en la sabana se distingue claramente de los demás gracias a sus rayas que le permiten camuflarse, que necesita a los demás para vivir y cuida muy celosamente de sus crías, que es a la vez tan diferente y tan parecida a sus congéneres… 

Además, al igual que ocurre con nuestras huellas dactilares, las rayas de las cebras son únicas y les permiten reconocerse entre sí. Cada cebra es diferente de las demás

Yo seguiré diciendo y repitiendo que estas extrañas cebras necesitan toda nuestra atención para vivir en armonía en este mundo tan exigente. Seguiré defendiendo a todas esas personas rayadas como si sus rayas evocasen también los zarpazos que puede depararles la vida. 

Seguiré explicándoles que sus rayas son también formidables particularidades que pueden salvarlas de numerosas trampas y peligros. Que son magníficas y que pueden estar orgullosas de ello. Serenamente.

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Pedro Pablo Moral

Licenciado en ADE. Experto Universitario en Gestión de RRHH por competencias-

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